Jim Collins uno de los pensadores
contemporáneos más agudos y prudentes del management, en su libro: Cómo caen
los poderosos; nos explica los hallazgos encontrados en una investigación
mixta para determinar las causas, etapas y factores recurrentes que suelen
alimentar el círculo vicioso por el cual las empresas e instituciones inician
el período de decadencia.
Haciendo una síntesis y comentarios del libro podemos indicar que el
período de decadencia de una empresa muestra las siguientes causas conexas:
1. La arrogancia nacida del éxito: Surge cuando los
directivos se dejan llevar por la arrogancia, la "embriaguez"
producto del éxito y se pierde la comprensión perspicaz y la reflexión sobre
los verdaderos factores producto del éxito empresarial y se omite el factor
suerte en la ecuación, sobreestimando sus propios méritos y capacidades o por
otro lado: se atribuye todo el éxito a
la suerte y se desconocen los esfuerzos clave en la ecuación.
2. La búsqueda desordenada de más: La arrogancia genere un
aprendizaje negativo: el éxito inicial suele hacer pensar que las cosas andan
por buen camino y bloquea a los directivos sobre la realidad de la institución
y la consistencia de ésta para enfrentar los desafíos futuros. Esto último
ocasiona que comiencen a incursionar en aquellos campos en donde no pueden ser
grandes o a crecer más rápidamente de lo que pueden lograr con excelencia o
ambas cosas. Se desvían así de la creatividad disciplinada que las llevó a la
grandeza. Un indicador para reconocer que las organizaciones se encuentran en
esta etapa es verificar si la empresa ha rebasado su capacidad para llenar los
puestos clave con las personas indicadas. Finalmente es importante resaltar que
no es la complacencia al cambio o a crecer el que constituye el principal peligro para continuar dentro del círculo de
la decadencia sino: el crecimiento indisciplinado.
3. La negación del riesgo y del peligro: Al entrar en esta
etapa las señales internas de alerta comienzan a acumularse, pero los
resultados externos de la empresa siguen siendo lo suficientemente buenos como
para desechar los datos preocupantes o para limitarse a pensar que las
dificultades son transitorias, cíclicas o no tan malas y que no hay nada
fundamentalmente mal. Los directivos tienden a subestimar los datos negativos,
viene la tentación de matar al mensajero que siempre trae las malas noticias
(eliminando quizás aquellas alarmas oportunas para revertir la situación),
surge la endogamia, se sanciona la discrepancia y se amplifica lo positivo. Se
empiezan a correr riesgos desmedidos, se olvida de consolidar el modelo del negocio,
surgen los primeros tropiezos y se echa la culpa al entorno.
4. La búsqueda ansiosa de la salvación: La crisis se hace
aguda y se intentan todo tipo de fórmulas para revertir la situación, se
recurre a las prácticas antiguas, líderes visionarios o carismáticos,
transformaciones radicales de procesos, personas y cultura; algunas medidas
funcionan, pero su resultado casi siempre es de corto plazo y tardío para
revertir la situación.
5. La capitulación ante la irrelevancia o la muerte: Se socavan la
fortaleza financiera y el espíritu hasta el punto de que los líderes abandonan
toda ilusión de construir un futuro esplendoroso. Algunos directivos se
degradan, en otros la institución se atrofia hasta su máxima insignificancia; y
en los casos más extremos: la empresa sencillamente muere.
Seguramente las realidades empresariales no tienen vocación de eternidad
pero seguramente las muertes prematuras de proyectos empresariales u
organizacionales que tenían mucho que aportar al bien común de la sociedad y de
manera sustentable sean una pérdida lamentable como para alertar a muchas
organizaciones.